lunes, 14 de mayo de 2007

Martín Legón es un contador de cuentos pero con imágenes. Por: Ana Martínez Quijano


Baselitz, un neoexpresionista alemán,
signa la obra de Martín Legón
que se expone en la muestra colectiva de Praxis.


Dos galerías (en un caso individual, en otro colectiva) dedican sus espacios al joven artista

La galería Appetite, espacio que surgió como alternativo hace dos años y se asimiló con rapidez al circuito de galerías porteñas, presenta en estos días una serie de pinturas de Martín Legón. La muestra, «Abril es el mes más cruel», al igual que el poema de T. S. Eliot que la inspira, habla de la desesperación, la desdicha y la degradación del amor. «Abril es el mes más cruel, hace brotar/ lilas del interior de la tierra muerta, mezcla/ la memoria y el deseo, estremece / las raíces marchitas con lluvia de primavera», escribió Eliot.

En la docena de obras que ha pintado Legón, se reiteran con escasas variaciones, el paisaje, un bosque amenazante, y los mismos personajes: una muchacha, un joven y dos perros. El dramatismo de cada una de estas escenas, está exaltado por el gesto expresivo por unas pinceladas negras que cubren los intensos rosas, lilas y azules de esas visiones nocturnas y sombrías. La oscuridad del tema coincide con el clima angustiante e irreal de la obra. En algunas pinturas, los rasgos de la joven aparecen deformados o enmascarados, del mismo modo que se transfiguran los rostros en un mal sueño.

El espíritu de la tragedia, que sobrevuela en la obra, llega sin embargo atenuada al observador, como llegan los relatos de ficción. Legón es un contador de cuentos que presenta imágenes tabicadas, como si fueran las ilustraciones de un libro que se ha perdido, y cuyo relato deberá imaginar el espectador. Esta posición distanciada, hace que el estilo del sufriente y torturado del lenguaje expresionista que Legón utiliza sin reparos (el de Munch o Ensor), se torne decididamente actual.

Así, las sucesivas apariciones en la obra de heridas, gestos de estupor, rastros de accidentes o una vegetación con formas anómalas, son símbolos del dolor y, a la vez, datos que ayudan a adivinar la historia.

Dueño de una formación literaria que contamina la obra, el joven Legón dice: «Suelo imaginar como seguirán las películas una vez terminadas, cómo los personajes siguen su vida. Adoro los personajes secundarios, o terciarios, esos que hacen bolos o aparecen caminando por detrás de la escena. Siempre me pregunto si significará algo para esas personas haber estado ahí. Creo que todo lo que hago lo hago para traer una imagen nueva al mundo, algo que no existía. Creo que hay algo de grito de desesperación en esto. Solo estoy seguro de que en el arte todo depende de cómo se argumente, no hay nada más sincero ni más falso que una obra de arte».

Mientras en Appetite Legón presenta esa imagen nocturna y atormentada, en una exhibición colectiva de la galería Praxis, muestra un retrato despojado que ostenta la frescura de una instantánea, pero con la misma vocación narrativa. Un detalle, el nombre de un pintor, Baselitz, impreso como una marca sobre el buzo de una chica, genera interrogantes.

Desde el punto de vista documental, el nombre del neoexpresionista alemán que en la década del 60 decidió pintar los personajes de sus cuadros al revés, aparece en la obra de Legón como una información que induce a contemplar el retrato para descubrir cuál es el vínculo entre la chica y el artista.

La obra se llama «Baselitz como propaganda» y revela en parte la psicología del personaje. La chica usa lentes, es joven, ha posado serena frente a su retratista con una mirada ausente y se ha pintado los labios de color rojo, acaso para la ocasión. Todo lleva a imaginar esa escena. Pero más allá de las apariencias, de su pelo oscuro y los rasgos regulares, más allá del gesto disciplinado del cuerpo, se percibe una actitud distante. Ella aparece pensativa y melancólica. Si todo retrato implica una pregunta que apunta a descubrir quién es el sujeto, esta protagonista elude la respuesta con su expresión ensimismada.

El nombre, Baselitz, escrito en el buzo con la tipografía de las marcas deportivas y con la triste luminosidad de un viejo cartel de neón, se convierte en un dato clave. Pero ¿es un hecho casual, una marca elegida al azar que podría ser cualquier otra y que no guarda relación alguna con el personaje? La mirada espera una recompensa. ¿Cuál es el límite del afán interpretativo y el deseo de saber qué es lo que vemos? La simultaneidad entre lo marginal (el nombre, Baselitz) y lo central (la chica), torna importante cada detalle.

Mientras en la corriente intersubjetiva que fluyeentre la jovencita y el autor de la obra se adivina una fragilidad compartida, una sensible y delicada moderación que permite sortear la incomodidad habitual del retrato, la exploración humana de Baselitz, delata el gesto brutal de quien se apropia por la fuerza de la identidad de sus personajes.

Al igual que en la cita final de «El nombre de la rosa» de Eco, que dice que de la rosa que se marchita sólo nos queda su nombre, y así como a través de este concepto la extensa simbología de la rosa se abre a las múltiples interpretaciones del lector, Legón pareciera insertar y poner al servicio de su obra el nombre de un pintor, acaso como recurso para abrir camino a la imaginación. La misión está cumplida.

Así, sencillamente, a través de las conjeturas que el observador del retrato se forja sobre la labor rutinaria y a la vez compleja del artista, crece y se construye el sentido de la obra con la visión del que mira, mientras los ojos vagabundean por la pintura.

fuente: Martín Legón es un contador de cuentos pero con imágenes por Ana Martínez Quijano. Espectáculos de Ambito. Lunes 14 de Mayo de 2007, Edición N° 2387